Un cuento chino

Los que me conocéis, sabéis que me he pasado unos años viajando a China con cierta frecuencia, lo que me ha dado un cierto conocimiento de la cultura y costumbres de ese milenario país. En uno de esos viajes, tuve la oportunidad de escuchar el siguiente cuento que me gustaría compartir hoy con vosotros:

"Hace muchos años, un hombre ya mayor, que llevaba toda su vida trabajando sus tierras, decidió que era ya hora de retirarse. Llamó a un joven de su pueblo y le dijo: "Bao-Qing, me gustaría que labraras mis tierras. Son tierras fértiles, muy productivas. Yo pagaré tu trabajo y sólo te pido a cambio que me entregues la cosecha anual". "Querido Mei-Kao, lo haré gustosamente si el salario es bueno, pero en tus tierras no ha nada plantado". "No te preocupes, toma 100 monedas de oro, compra semillas de buena calidad y siembra. El año que viene nos vemos". Bao-Quing cogió las 100 monedas de oro y se fue a casa. Hacía frío, así que decidió que esperaría a que pasara el frío para sembrar. Total, ya tenia su salario que Mei-Kao le pagaba todos los meses. Cuando pasó el frío, llegó la lluvia y... ¿quién iba a salir a sembrar lloviendo? Después de la lluvia, el calor, luego las fiestas de su pueblo.... Cuando se dió cuenta, el año había pasado y las semillas... sin comprar. Así que Bao-Quing, el día que iba a rendir cuentas a Mei-Kao paró en el mercado, gastó las 100 monedas de oro en patatas y se presentó ante Bao-Qing. "Querido Bao-Qing, aquí tienes el fruto de tus tierras". "¿Sólo 100 onzas.? Poca cosecha ha habido este año, cuando yo cosechaba 300 onzas todos los años. Cuando venda esto en el mercado no voy a recuperar el salario que te he pagado..." No obstante, Mei-Kao era de buen corazón, así que encargó a Bao-Qing que cuidara de nuevo de sus tierras. Y le entregó 150 monedas de oro, para que esta vez las semillas fuera de máxima calidad. 

Pero de nuevo Bao-Qing dejó que pasara el año sin comprar semillas ni labrar las tierras. Y decidió viajar a Xian, la capital, para lo cual usó 50 de las monedas de oro. Y cuando llegó el día de rendir cuentas, empleó de nuevo las 100 monedas de oro restantes en comprar patatas. Mei-Kao, de nuevo decepcionado por el rendimiento, decidió esta vez darle 200 monedas de oro. Bao-Qing, cegado por la avaricia, decidió comprar una nueva casa. Empleó para ello 150 monedas de oro y además pidió un préstamo al usurero del pueblo. LLegado el día de rendir cuentas, empleó las 50 monedas de oro en comprar patatas de baja calidad, para poder al menos entregar de nuevo las 100 onzas.


Pero... esta vez Mei-Kao le dijo: "Querido Bao-Qing, me temo que estoy arruinado. He empleado todos mis ahorros en pagarte un salario, pero hemos tenido mala suerte y la cosecha cada año ha sido peor, con lo que he ido perdiendo dinero año a año. Ya no tengo para semillas y sin semillas sembradas, mis tierras no valen nada. Y estas patatas que me traes no creo que valgan mucho". "Pero...". Bao-Qing se encontró de repente sin trabajo, sin monedas de oro y con un préstamo que pagar al usurero. Salió corriendo de la casa de Mei-Kao, pidió ayuda a todo el pueblo, pero todos se la negaron: "Tú tenías un buen trabajo", "Presumías de lo mucho que tenías y lo poco que trabajabas", "Si Mei-Kao, que es buen hombre, no te quiere, yo tampoco". Bao-Qing perdió todo lo que tenía y un día apareció su cadáver en el riachuelo que corría junto al pueblo.

Hasta aquí el cuento. Los chinos no acaban sus cuentos con moralejas, si no que las dejan a la interpretación del lector. Y yo, desde mi Sevilla, hago lo mismo. A fin de cuentas, se trata solo de otro "cuento chino" que desde Andalucía os contamos, y eso se nos da muy bien, ¿no?

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